La habitación se quedaba sin aire.
Yo sabía, como era lógico saber, que nos quedaba, aproximadamente unas dos horas como mucho.
El oxígeno nos faltaba y se nos escapaba a pasos mayores, haciéndome por primera vez pensar, que los humanos debemos agradecer hasta lo más mínimo que nos otorgan, hasta el propio oxígeno, que "creemos" que siempre nos darán.
Sentía mi vida pasar en mi cabeza como mismísimas diapositivas. Aquellos días felices, que ni siquiera yo misma me daba cuenta de la importancia que tenían. Aquellos días repletos de vida, que ni yo misma me había encargado de disfrutar al máximo. Cogida a él, abrazada, mimada, plena de amor y satisfecha (aunque me costaba aceptarlo) con todo lo que tenía.
Me preguntaba porque era tan imbécil de haber ignorado aquellos tiempos y haber tratado mi fortuna TAN mal...
Pues ahora la desgracia de esperar mi muerte no más que dos horas, me hacía llegar a la conclusión que estando fuera, respirando aire puro, en la superficie, kilómetros y kilómetros más arriba donde en algún lugar habría tierra, sería suficiente para ser feliz.
- Mi amor, no pienses en el tiempo que nos queda por vivir. Piensa en el tiempo que estuvimos juntos, y en que aún seguimos estándolo. -me animaron las palabras de la persona que me acompañaba.
Intenté sonreír, pero lo único que me salió fueron unas lágrimas con una sonrisa torcida.
No podía moverme de aquella cama, sentada y estrechando mis manos rezando esperanzada. La habitación era TAN pequeña... Sabía que al otro lado de la puerta solo había agua. Pasillos inundados de agua.
- Odio el agua, odio "esto"...-murmuré sin poder evitar mi agonía.- Por favor, dime que podremos salir de esta.
Me acerqué a él y apoyé mi cabeza en su hombro, escondiendo mi rostro.
No me respondió nada en absoluto y una punzada enorme me perforó el corazón.
- vamos...
- ya te lo he dicho, ¿no ha sido bonita nuestra vida?-me cortó a mitad de frase. Alzó una mano implicando gestos mientras hablaba.-¿recuerdas esos días? Porque yo sí, me han hecho el más feliz del mundo.
Y tanto que los recordaba, pero... No podía evitar frustración al pensarlos.
- Yo... No quiero ver como te ahogas, como te quedas sin oxígeno...-le susurré. Notando por primera vez que nuestras voces eran susurros desde hacía mucho tiempo. Que nuestra respiración era agitada. El pecho me dolía, ¿y era ahora cuando me daba cuenta? Quizá mi cabeza lo había bloqueado desde un primer momento para que no me volviera loca.- por favor...-me tiré encima suya y me acurruqué en su pecho.-¡no quiero verte así!
Me cogió de la barbilla con sus dedos y presionó sus labios contra los míos. En el beso noté como aire entraba en mi garganta.
- ¿Ves? No me importaría darte todo el aire que hay en esta habitación. Si pudiera, dejaría de respirar para dártelo todo.-dijo mirándome fijamente sin haber separado casi su rostro del mío.
- ¡no hagas eso!-grité enloquecida intentando expulsar el aire que me había dado con la esperanza de que aquel aire volviera a la habitación sabiendo que no tendría resultado.-Yo quiero...
Él seguía sonriendo, en ningún momento había visto tristeza en sus ojos.
Pensé en algo que quizá nos salvaría de aquel infierno.
Me levanté de un salto, me dirigí a la única mochila que había en aquel pequeño cuarto, hurgué en ella con desesperación y cogí dos pistolas con fuerza pero con un extraño dolor en el estómago.
Aquellas pistolas no eran nuestras, sino de otra persona que en aquel momento estaba... muerta, ahogada en alguna de aquellas otras habitaciones donde ya había llegado el agua. Sabíamos que en la nuestra no llegaría, o llegaría... pero sería tarde para quitar alguna vida.
Con miedo en el gesto ofrecí una pistola a mi amado que la cogió con agileza.
No me preguntó nada, se quedó mirando el arma pensativo. Después le volvió la sonrisa que siempre tenía en el rostro. Parecía convencido.
"No digas nada" recé en mis adentros para que no se le ocurriera decir ningún tipo de comentario sobre aquello. Todo parecía un juego, si se decía algunas palabras quizá aquel sentimiento de que aquello era imposible se desvanecía y me entraría el miedo.
¿Nos salvarían a tiempo?
¿Quizá alguien se había dado cuenta de que en las profundidades del mar había dos adolescentes rodeados de agua sin apenas oxígeno muertos de miedo?
No pude responder a esas preguntas. No podía.
Con las manos temblorosas repetí los gestos de mi amado.
- Porque... Siempre he pensado que te he querido, y...-murmuré notando un nudo en la garganta y sin apenas poder hablar. Se me saldría el estómago por la boca. Me estaba aguantando las ganas de vomitar. Mi cuerpo parecía frío como el de una muñeca en cambio, no sentía nada, ni frío, ni hambre, ni dolor...
- Querida, esta es la mejor manera de morir. Y créeme, nunca hubiera pensado que podría llegar a morir así. Pienso que es la manera más bonita de morir...
No sentí sus palabras, ni siquiera las escuché bien, me parecieron sonidos lejanos que llegaban a mi mente pero que no captaba con claridad.
Nos besamos de nuevo, esta vez con una pasión que nunca sentí. Esa pasión que sabes que... se trata del último beso. Nuestros dedos apretaron el gatillo, y ambos pistolas sonaron con potencia.
La suya en mi sien, la mía en la suya.
Había matado de un golpe a mi amado. Yo misma lo había matado, en cambio, lo había matado porque lo amaba más que nadie. Que irónico sonaba aquello.
Y yo, yo había sido asesinada por amor y eso me sentía feliz, por eso mi cuerpo inerte cayó con una sonrisa en los labios.
Hubiera querido vivir más tiempo, hubiera querido que alguien, como pasaba siempre en las películas con final feliz, nos hubiera salvado de allí y nosotros hubiéramos podido tener una experiencia única para contar. Pero no era así, y como no era así, podía bastarme con eso.
A lo mejor en un futuro hubiera sido distinto, a lo mejor en un futuro no hubiera tenido una muerte tan feliz. Junto a mi amado, junto al amor. Por eso, quizá valía la pena.
Gritandole al silencio*