
Un día iba sola por la calle andando hacia el lugar donde había planeado reunirme con mis amigos.
Vestía de forma normal: Pantalones negros piratas, camiseta rosa, mochila a rayas negras y blanca, zapatillas estilo converse y una muñequera a cuadros rosas, negros y blancos. No destacaba para nada, y es que si yo quisiera haber destacado, lo hubiera hecho.
Aún así, un grupo de chicas de unos 16 años que iban detrás mía, se fijaron en mi, y una de ellas dijo: Mira esa niña, ¡Qué
heavy!
Las demás rieron llevadas por el
borreguismo.
No me molesto la observación, simplemente la intención. ¿Acaso eso era ridículo? ¿Y ellas qué? Eran como
muñequitas todas vestidas iguales:
Top con tirantes transparentes, falda corta o pantalones cortos, pelo suelto rizo pero con el flequillo liso y móvil en mano disfrutando de una canción
reggetonera. No voy a criticar su estilo, porque cada uno es libre que de vestir y pensar como quiera, pero si yo respeto el suyo... ¿Por qué ellas no el mio?
Aún lo recuerdo, me dieron ganas de girarme y decirles cuatro cosas. Hoy me da exactamente igual. Nuestros caminos se cruzan con muchas personas, y no a todas hay que hacerles el mismo caso... Pienso que ellas eran un ejemplo del tipo de persona al que no hay ni que mirar.
Gritando le al silencio*